Julia llevaba una semana de perros, su cara
estaba demacrada y apenas podía reconocer su semblante en el espejo. Sus amigas
Margot y Adriana le habían insistido mucho en que pasara la primera semana de
Junio en Italia, pero no se esperaba ni por el asomo el calor bochornoso que
hacía del asfalto una parrilla.
Pero lo peor había sido aquel recorrido en
moto por los suburbios de Roma. No, no les bastaba con haberla hecho tragar
piedras y más piedras, y, si bien el Vaticano la había llegado a entusiasmar
con su Columnata y sus fuentes de agua congelada, gracias al antiguo sistema de
cañerías romanas que las protegía de las inclemencias del astro rey, la
accidentada travesía por el empedrado de sus callejuelas le había descolocado
sus esquemas mentales.
Pero retrocedamos unos días...
Julia recibió un mensaje de voz en su móvil
en el que Margot, su mejor amiga de la infancia y de ascendencia francesa, le
comentaba lo que sigue.
—Julia, no te lo vas a creer. Adivina, estamos
alojadas en un hotel en el Trastévere y Adriana no deja de preguntar por ti,
bueno, no, no es ella, es su primo, pero estamos deseando verte. Y no nos vengas
con la excusa del divorcio, te conviene divertirte un poco. Sólo tienes que
imprimir la reserva, está todo en el e-mail que te acabo de mandar. Arrivederci.
Y Julia finalmente no pudo resistirse a tan
tentadora invitación, sobre todo, cuando en su horizonte no había más que cajas
y más cajas preparadas para la mudanza. Y pensó, “¿por qué no? Siempre he
acatado las normas y no he hecho otra cosa más que lo que se esperaba de una publicista
resignada”. Así que cogió una mochila en la que introdujo un par de vaqueros
agujereados por las rodillas y varias camisetas ajustadas que le daban un
aspecto fresco y desenfadado.
Una vez en Roma, un autobús la reunió con sus
amigos. Sólo portaba la mochila, no quería traer nada innecesario que la
agotara. Y apenas puso un pie sobre la acera, oyó los gritos de Margot.
—Julia, te ves impresionante, los
kilos de menos te sientan de maravilla —dijo con efusividad.
—Ya ves, Margot, el secreto está
en tener un poco de tiempo para una misma, aparte de un par de disgustos —sonrió
ácidamente.
—Adriana está deseando
presentarte a su primo Vincenzo. Desde que se enteró de que tenía una amiga
americana, no deja de acribillarla a preguntas sobre ti, tu aspecto, tu edad,
etcétera, etcétera.
— ¿Un primo? No recordaba que
tuviera un... No será... Ya lo tengo, el chico regordete que aparecía en las
fotos del Campus, cuando éramos adolescentes.
—Pues a decir verdad, no tengo la
más remota idea —le replicó su amiga mientras le decía que no a una vendedora
ambulante que insistía en colocarle una rosa en el pelo— Pero eso no es lo
importante. ¡Vincenzo tiene un barco en el puerto de Civitavecchia, a unos ochenta
kilómetros de la ciudad y ha accedido llevarnos a su estudio en Capri!
—Déjame tomar antes un baño,
traigo los pies destrozados, y la camiseta empapada en sudor —contestó Julia
estresada, mientras se secaba la frente y se recogía su larga melena ondulada
en una cola por detrás de la nuca—. Al menos he traído mi mejor cámara. A fin
de cuentas este no va a ser un viaje tan aburrido.
—No te preocupes por eso. Adriana
y su primo han quedado con nosotras tras el almuerzo en las inmediaciones del
hotel, y aún tenemos toda la mañana para relajarnos, tomar un helado o echar
monedas en la Fontana. ¿Tienes algún deseo, pillina? —apostilló en tono de
burla. Y es que el hecho de que Margot acabara de cumplir los treinta no había
mermado su capacidad para meterse en líos y cometer locuras.
Tras haber comido una pizza
napolitana que poco difería a su juicio de una congelada, se instaló en su
habitación. El aire acondicionado no conseguía enfriar la habitación con sus
escasas frigorías, lo que aceleró la tan ansiada ducha. Se libró de sus ropas
en un santiamén y se colocó en el plato, sintiendo como el gélido líquido le
acariciaba todos los recovecos de su cuerpo. Entretanto arreglaba sus azabaches
cabellos frente al espejo que le devolvía la mirada cristalina de unos ojos color
de mar, fantaseaba con cómo sería ese primo. De seguro, estaría aún más gordo o
estaría empeñado en enseñarle Capri palmo a palmo hasta dejarla exhausta, o
ambas cosas.
“Bien, bajemos a la Tierra”, se dijo. Adriana y Margot
charlaban animadamente, hasta que el ruidoso motor de una moto que escupía humo
las interrumpió. Y allí estaba él. Con una cazadora de cuero negra, y unas
gafas de sol que dejó entrever unos ojos parduscos que se clavaron en su
rostro. No con sorpresa, sino más bien con la mirada apasionada y dulce de una
persona que te conoce (y te quiere) de antes. Mucho distaba su físico de la
imagen que se había fijado en su memoria. Se trataba de un hombre de complexión
ancha, pero delgado y de mediana estatura.
Julia, impactada, no logró pronunciar
palabra alguna, mientras sus mejillas parecían sonrojarse por momentos, quizás
por el juicio erróneo que se había creado del muchacho a priori.
—Ciao, bella ragazza —dijo él tomando la iniciativa—. También hablo
inglés, así que no tendremos problemas para charlar largo y tendido —su voz
grave sonaba segura y jovial.
—Encantada de conocerle, Señor
Vincenzo. Le agradezco su invitación, pero creo que se está haciendo tarde. ¿No
deberíamos dejar lo de Capri para otro día? Es que verá, no sé si seré una molestia
para usted —parecía insegura y azorada.
Obtuvo por respuesta el silencio.
En cambio percibió como sus manos la sostenían por la cintura y la aproximaban
lentamente a pocos centímetros de sus labios, fue un instante fugaz en el que
pudo sentir su cálido aliento. Pero fue él el que retrocedió como si temiera
revelarle un secreto inconfesable del que al tiempo estaba deseando librarse.
—Será hoy o nunca. Súbete a mi moto y agárrate fuerte. Ah, no te preocupes por estas dos —refiriéndose al par de amigas que se habían quedados petrificadas e incluso pintadas en el asfalto al contemplar la escena.
—Será hoy o nunca. Súbete a mi moto y agárrate fuerte. Ah, no te preocupes por estas dos —refiriéndose al par de amigas que se habían quedados petrificadas e incluso pintadas en el asfalto al contemplar la escena.
Tomó el asiento trasero de manera
inconsciente y en apenas un relámpago la moto arrancó. Un cosquilleo de
adrenalina recorrió todo su cuerpo desde la punta de sus zapatos hasta el
último de sus cabellos. Pero fue una sensación diferente, algo que nunca había
experimentado con anterioridad. La palabra para describirla era libertad, sí.
La velocidad se iba apoderando de su cuerpo, y el viento jugaba con su melena
acariciándola con un silbido vertiginoso. Ella se agarró fuertemente al joven y
dejó caer sus manos en el costado. Fue como si sólo existieran él y ella, y el
paisaje fuera organizándose a su paso, sólo para ellos. Dejando tras de sí
puestos de fruta o terrazas de verano, mientras ascendían por angostas
callejuelas por el barrio del Trastévere.
Una vez en el puerto, el entorno
mutó en un lugar bullicioso donde turistas tomaban fotos aquí y allá de los
grandes transatlánticos o del sol coronando la tarde con una luz cegadora. El
barco de Vincenzo no tendría más de diez metros de eslora. En realidad se
trataba de una lancha con una pequeña cabina en el centro para guarecerse de
los rayos solares.
—He de reconocer que ha sido algo
salvaje. Hacía tiempo que nadie sacaba mi lado más oculto —dijo Julia excitada—.
Pero dime, ésta es una lancha para dos, y sin contar a tu prima y mi amiga, a
las que hemos dejado tiradas a las puertas del hotel hará más de media hora.
Estoy empezando a pensar que tenías todo planeado, pero lo extraño es que ni
siquiera nos conocemos de nada. ¿Por qué este inusitado interés en mí? Porque
soy americana, pues ni siquiera soy rubia como puedes comprobar. No, ya sé...
Humm, no será una treta de Margot. Me la puedo imaginar diciéndote: “Hazle el
favor a mi pobre amiga, ha roto con su marido y no quiere relacionarse con nadie
desde un tiempo a esta parte” —se jactó con aire de suficiencia.
—Para nada es lo que tu mente
malpensada está pergeñando —dijo algo enfadado por primera vez desde que se
habían visto—. Óyeme bien. Como ciertamente has dicho, no nos conocíamos, pero
tengo motivos para hacer lo que hago... O creo tenerlos —dudó—. Margot no me ha
contado nada de ti. Simplemente no pude evitar escuchar una conversación en la
que te mencionaban. Tu nombre se enquistó en mi sien como un sordo recuerdo
de... Ni siquiera puedo describírtelo, tendrás que acompañarme. Los dos solos,
si te fías de mí, claro —añadió con soltura.
Capri |
Tardaron prácticamente toda la
tarde y parte de la noche en distinguir las luces portuarias de Capri, sus
recortadas costas y sus casitas blancas en el fondo, en la zona más elevada.
La condujo por una senda de arena definida por unos matojos que abundaban a ambos lados.
La condujo por una senda de arena definida por unos matojos que abundaban a ambos lados.
—Éste es el lugar que escogí para
trabajar. Desconozco si Adriana te comentó a qué me dedico —explicó el joven.
—En realidad fue Margot. Ya
sabes, comienza a hablar y hablar y no hay quien la detenga. ¿Eres fotógrafo,
no?
—Más bien pintor. Por eso escogí
esta casa cerca del mirador de la Piazzetta, donde se pueden obtener las mejores
vistas. Los atardeceres se reflejan en el mar, y el horizonte semeja procurarle
un abrazo inmortal. Pero desde hace unos días no pude evitar pintar algo más,
flotando sobre la línea del mar. El dibujo en principio borroso fue adquiriendo
cada día más cuerpo. Pero entra, no te quedes en la puerta.
Julia se quedó extasiada ante los
amaneceres de porcelana y los ocasos de aguas anaranjadas labradas por los
reflejos de un leve resplandor. Pero en el centro de la improvisada exposición
había un lienzo que desentonaba. Le era familiar. Un rostro enmarcado por una
melena mecida por la brisa y subyugado por la felicidad y el vértigo de la
perplejidad. Como un acto reflejo, extrajo de su bolso un espejo de mano y se
miró. “¡Dios mío, es la cara que tengo justamente ahora, congelada en ese
retrato como una visión fantasmal por encima del oleaje!”
— ¡Explícame qué está pasando! Me
has estado espiando ¿Cómo puedes saberte al dedillo mi cara si no me habías
visto ni en fotos? ¿Acaso guardas recortes de periódico, fotos sacadas de
Internet? —vociferó.
—Eso quiero hacer, si me lo
permites —continuó Vincenzo apenado—. Fue el día que escuché tu nombre. Se me
formó un nudo en la garganta mientras cientos, no, miles de imágenes de
nosotros, de ti, de mí, montando en moto, navegando en una lancha a motor,
riéndonos, mirándonos delante de mi estudio... Besándonos y... Amándonos,
paseando con nuestro... —se detuvo.
—Nuestro hijo —completó ella, y
una sensación de vacío la embargó en ese instante—. Bésame y no digas nada más,
abrázame muy fuerte.
Vincenzo la estrechó entre sus
brazos, la besó con suma dulzura y denuedo a la par. La sostuvo en el aire y la
arrojó sobre el colchón. Fue el principio de un amor que estaba escrito en las
estrellas, de la gestación de ese niño que ya conocía Vincenzo de sus noches de
sueños, y de... Mucho más atisbó, pues recordaba con claridad toda una
existencia juntos, una proyección en su cabeza de la que eran los
protagonistas. Feliz, se entregó esa noche a su amada, sin poder evitar
preguntarse si ya habían estado allí antes o si había vislumbrado una porción
del futuro que como un álbum de vinilo va repitiendo las pistas aleatoriamente.
—Pero... —interrumpió él—. Shhh,
no estropees este momento. Tenemos toda la vida para descubrirlo —sentenció ella
entregándose a sus brazos bajo la efímera luz de la Luna.
En un principio, cuando las materias primas fueron elaboradas y las
almas se concentraban en un único punto de luz microscópico pero más pesado y
brillante que todo nuestro Universo, hubo almas que se resistieron a ser
separadas de otras con las que conformaban un todo esférico y perfecto. Aún
muchas se están buscando...
A la mañana siguiente dos cosas
sucederían.
Julia estaba demacrada y apenas
podía reconocer su semblante en el espejo. Con impresión de déjà vu, se dijo, “¡oh,
demonios, qué puede importar, una noche ajetreada pero bien aprovechada!
En el Trastévere dos soñolientos
barrenderos acompañados por un carabinieri no se habían visto en otra para
despegar del asfalto a dos turistas que se habían quedado petrificadas, Margot
y Adriana, mientras una vendedora les colocaba rosas en el cabello con más o
menos acierto y que luego se encargaría de cobrar.
Fin
Juan M Lozano Gago © Todos los
derechos reservados
romántco relato Juan, me llevó a pensar en esas escenas que veía de nena en las pelis que daban por la tele y que mostraban paisajes preciosos , idílicos , y sus personajes eran el mundo todo , todo ellos era lo que importaba
ResponderEliminarbesitos y feliz semana
:D
Jejeje, también he visto películas de ese tipo en las que los paisajes son sólo escusas de sus personajes que están deseando cambiar de aire :D
EliminarBesos y que pases una buena semana
Bonito relato que se lee de una manera muy ágil y nos lleva a lugares enternecedores y llenos de romanticismo.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana.
Un bonito relato donde, si cierras los ojos, se pueden imaginar los bellos paisajes que describes, donde todo puede ser posible.
ResponderEliminarCariños…
¡Un gran relato lleno de hermosos pasajes! :)
ResponderEliminarMuchas felicidades de nuevo amigo
Muchas gracias, Hammer, Oriana y Rafael, hace un par de veranos estuve precisamente haciendo un viaje por Italia, y apunto estuve de ir a parar a Capri, jeje, aunque lo más cerca que estuve fue en Florencia, me alegro de que hayáis visto algunas de estas estampas a través de este relato! :D
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana, Juan : )
me gusta me gusta! muy romántico y misterioso, así hay oportunidades no? a veces uno tiene que robarle a la vida lo que se deje robar y ya grandioso relato!!! xoxo Eliz
ResponderEliminarMuchas gracias, Eliz, eso, jeje, de la vida hay que tomar todo lo que se pueda y todo dentro de ese guión orquestado que sigue sus ciclos, un abrazo, Juan
EliminarDefinitivamente pintas escenarios con tus letras amigo, eres un artista! y el relato en si creo que es algo que a todo mundo le gustaría experimentar al menos una vez no? love and rockets Abril
ResponderEliminarHola, Abril, así es, a todos nos gustaría vivir una aventura mágica como esta y encontrar esa otra parte de nosotros mismos, muchas gracias y un abrazo!
EliminarUn relato de lo más romántico, me has dibujado una sonrisa al imaginarme a la prima y a la amiga plantadas en la acera.... jajajajajjaa
ResponderEliminarBesos!
No podían acabar de otra forma, jejeje, pero al final acabarán llegando a Capri,
Eliminarbesos
El final de las dos amigas no me lo esperaba
ResponderEliminarPor cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita
Hola, Pérfida, creo que le dio un poco de humor a la historia, jeje,
Eliminarun saludo : )