Zendra anhelaba encontrar la luz más que ninguna otra cosa en el mundo. Zendra era una mujer o al menos lo fue una vez... No recordaba cuándo fue el punto de partida de su aciaga existencia, ni siquiera si hubo un principio. ¿Miles de años quizás? Ya nada importaba, sólo ella y su espejo reflectante de mundos.
Zendra tendría una edad que podría pasar por unos treinta años, si bien, los molinos de viento de sus ojos eran un pozo abismal e inquietante. Si las sombras pudieran materializarse en un objeto físico, no habría mejor ejemplo de ellas que su perturbadora y fulminante mirada. Sus ojos negro azabache eran más negros que la misma oscuridad, inclusive más que el mundo de tinieblas al que había sido relegada hace ya una eternidad. Todo era gris. Infinitos tonos de grises para ser exactos, llenos de matices. Todo un abanico de colores que recreaban un entorno mortecino y sin vida: arbustos grisáceos cuyas sombras se cernían sobre las plomizas llanuras, al tiempo que un aire viciado con olor a almizcle y más denso que la nieve adquiría casi su propia identidad.
Zendra tendría una edad que podría pasar por unos treinta años, si bien, los molinos de viento de sus ojos eran un pozo abismal e inquietante. Si las sombras pudieran materializarse en un objeto físico, no habría mejor ejemplo de ellas que su perturbadora y fulminante mirada. Sus ojos negro azabache eran más negros que la misma oscuridad, inclusive más que el mundo de tinieblas al que había sido relegada hace ya una eternidad. Todo era gris. Infinitos tonos de grises para ser exactos, llenos de matices. Todo un abanico de colores que recreaban un entorno mortecino y sin vida: arbustos grisáceos cuyas sombras se cernían sobre las plomizas llanuras, al tiempo que un aire viciado con olor a almizcle y más denso que la nieve adquiría casi su propia identidad.
Zendra desconocía el nombre de aquel extraño mundo que habitaba. Su casa estaba repleta de habitaciones unidas entre sí por laberínticos pasillos, escaleras de caracol dominaban la estancia aquí y allá. En el exterior junto al bosque de pétreos cipreses tenía un pequeño huerto de tomates..., sí, grises. También había diminutas flores de formas indescriptibles en un pequeño jardincillo que presidía la vetusta y sólida puerta de madera envejecida.
Ignoraba en qué momento fue llevada al “Reino de las Sombras”, o más bien no era capaz de recordar el evento que desembocó en su desdichado destierro.
La inhóspita mansión no era lo que se podía decir un cálido hogar. Sólo tenía por compañía a un pequeño hámster que se paseaba todos los días a partir de las once y media de la mañana, para luego confundirse nuevamente con el nebuloso tabique. Este dato sería puramente anecdótico si no fuera porque este matinal evento le hacía rememorar que en sólo treinta minutos tronaría el reloj de pared del salón, cuyo estruendo inundaba todo el lugar. Era entonces cuando las reglas de la física no parecían tener aplicación en ese mundo; las vibraciones provocadas por cada uno de los tañidos del reloj desdibujan la realidad, que se quebraba y combaba sobre sí misma, ahogada en la penumbra inyectada en toda y cada una de las cosas que la rodeaban.
Justo en ese instante y durante unos minutos más el espejo se iluminaba y podía mirar en su interior. En la parte inferior del marco de plata unas extrañas runas venían a decir lo siguiente:
Justo en ese instante y durante unos minutos más el espejo se iluminaba y podía mirar en su interior. En la parte inferior del marco de plata unas extrañas runas venían a decir lo siguiente:
“El camino sólo se abre para quien sabe ver más allá de uno mismo”.
Por supuesto, ella no supo descifrar en un primer momento los caracteres rúnicos, del mismo modo que tampoco sospechó del porqué del insidioso recorrido que realizaba el hámster cada día cuando se aproximaba la hora. Pero un día siguiendo al albino roedor, se perdió en un ala de la casona que no había visto antes. Allí sobre una mesita nacarada descubrió un tomo algo voluminoso, cuyo lomo anunciaba: “El arte de las runas y su estudio vital”. Ni decir que su estudio le hizo perder mucho tiempo, pero qué era el tiempo para ella, sino insignificantes briznas en el campo que podía arrancar a su antojo.
Ese día estaba decidida a mirar el espejo con todas sus fuerzas. No pasaría otra vez lo mismo que en anteriores y decepcionantes intentos. Algo era diferente en esta ocasión. Estaba segura de que contaba con todo lo que hacía falta para ver con los ojos del corazón: arrojo, convencimiento, sabiduría y tenacidad, y perforar así el velo de oscuridad que cegaba su comprensión.
El espejo irradió una luz fulgurante, y en lugar de reflejar sus facciones y sus largos cabellos ondulados que arribaban hasta la cintura, vio por primera vez, o al menos eso creyó, un color distinto del gris. La pared pintada de un blanco luminoso sobre la que incidían los rayos solares del mediodía desbordó el iris de sus retinas. Unas cortinas verdes enmarcaban los ventanales situados en la pared opuesta, y la fragancia de unas rosas rojas que yacían colocadas con esmero en un jarrón de porcelana penetraba a través de sus fosas nasales. La habitación permanecía en silencio, pero era un silencio colmado de quietud.
Inclinó su cabeza para tratar de ampliar su campo de visión, y sin querer apoyó sus frágiles dedos sobre el cristal, que para su asombro se rompió, estallando en mil pedazos, que se esparcieron por el suelo con violencia. Su mente comenzó a trabajar contra reloj: pensamientos arremolinados y arrinconados en recónditas áreas de su cerebro se apoderaron de ella, sus recuerdos se estampaban contra su ser frenéticamente, pasajes, rostros, risas, sensaciones, voces, etc.; posiblemente sólo habría una oportunidad para...
— ¡Sandra, Sandra! —gritó una voz angustiada y sorprendida que se acercaba en la distancia.
Zendra dirigió su mirada hacia la mujer y entonces se dio cuenta de que ya no contemplaba la escena desde el otro lado del espejo.
— ¡OH, mamá! —sollozó Sandra— ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Dos años, hija mía —le contestó la madre con júbilo.
Zendra lo había logrado, había conseguido abandonar “El Reino de las Sombras”. Todo había sido una pesadilla, producto de su estado. Su mente enjaulada y aprisionada había elaborado una realidad alternativa de penumbras, a la que ciertas partes de su cerebro se resistían con afán.
En ese instante percibió que un objeto le pesaba en el bolsillo de su bata. Introdujo su mano allí y extrajo un pequeño libro titulado: “El arte de las runas y su estudio vital”, edición de bolsillo. Bueno, lo recordaba más grande, pero nunca supo cómo se vino consigo.
*Zendra es Sandra
El espejo irradió una luz fulgurante, y en lugar de reflejar sus facciones y sus largos cabellos ondulados que arribaban hasta la cintura, vio por primera vez, o al menos eso creyó, un color distinto del gris. La pared pintada de un blanco luminoso sobre la que incidían los rayos solares del mediodía desbordó el iris de sus retinas. Unas cortinas verdes enmarcaban los ventanales situados en la pared opuesta, y la fragancia de unas rosas rojas que yacían colocadas con esmero en un jarrón de porcelana penetraba a través de sus fosas nasales. La habitación permanecía en silencio, pero era un silencio colmado de quietud.
Inclinó su cabeza para tratar de ampliar su campo de visión, y sin querer apoyó sus frágiles dedos sobre el cristal, que para su asombro se rompió, estallando en mil pedazos, que se esparcieron por el suelo con violencia. Su mente comenzó a trabajar contra reloj: pensamientos arremolinados y arrinconados en recónditas áreas de su cerebro se apoderaron de ella, sus recuerdos se estampaban contra su ser frenéticamente, pasajes, rostros, risas, sensaciones, voces, etc.; posiblemente sólo habría una oportunidad para...
— ¡Sandra, Sandra! —gritó una voz angustiada y sorprendida que se acercaba en la distancia.
Zendra dirigió su mirada hacia la mujer y entonces se dio cuenta de que ya no contemplaba la escena desde el otro lado del espejo.
— ¡OH, mamá! —sollozó Sandra— ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Dos años, hija mía —le contestó la madre con júbilo.
Zendra lo había logrado, había conseguido abandonar “El Reino de las Sombras”. Todo había sido una pesadilla, producto de su estado. Su mente enjaulada y aprisionada había elaborado una realidad alternativa de penumbras, a la que ciertas partes de su cerebro se resistían con afán.
En ese instante percibió que un objeto le pesaba en el bolsillo de su bata. Introdujo su mano allí y extrajo un pequeño libro titulado: “El arte de las runas y su estudio vital”, edición de bolsillo. Bueno, lo recordaba más grande, pero nunca supo cómo se vino consigo.
*Zendra es Sandra
Juan M Lozano Gago ©
No sabía que también te gustase la fantasía. A pesar de que no es un relato "fantástico", en tu forma de narrar parece adivinarse.
ResponderEliminarHa sido una bonita historia, y además me gustó esa atmósfera melancólica y gris.
Comencé con Isaac Asimov (ciencia ficción), para luego seguir con Tolkien, Terry Pratchett (me encantan sus novelas), Robert Jordan (La Rueda del Tiempo)... :D
EliminarCon relación al relato, así es, quise expresar una atmósfera gris y cerrada en contraste con la luz que aguarda a la protagonista en el exterior. Da unos cuantos giros, aunque al final queda de relieve que algo "extraño" ha sucedido realmente,
muchas gracias, Fénix!
Algo de Asimov he leído, aunque recuerdo muy vagamente los sucesos del Preludio de la Fundación y todo eso. Tolkien, cómo no... No he leído nunca a Pratchett y, sinceramente, no tengo ganas. Y a Robert Jordan lo dejé... sobre el quinto o sexto libro (en la edición española). Sigo a Martin (Canción, por supuesto), Rothfuss (Crónica del asesino de reyes) no está mal y Javier Negrete (La espada de fuego) es bastante decente, si no recuerdo mal (hace mucho que leí el segundo tomo, por entonces mis gustos eran distintos). Y Andrzej Sapkowski (Geralt de Rivia), un grandísimo. Eso es lo más destacado que yo recomendaría. El resto de lo que he leído... bueno, not bad, pero tampoco es para volverse loco. Mención especial a Margaret Weis y Tracy Hickman, cuyas novelas se ambientan en mundos que, para mi gusto, son muy originales (El ciclo de la puerta de la muerte y La espada de Joram, sobre todo).
EliminarPues de Isaac Asimov, léete, si puedes, una que me gustó mucho: "Los Propios Dioses", se sale de la serie de novelas de él, pero es muy original. En cuanto a Pratchett, a mí es que me causa adicción su humor satírico ambientado en una sociedad preindustrial, hay una que es independiente, "Nación", que merece mucho la pena. De Martin, leí un relato de él, a modo de precuela, que venía en "Leyendas Negras", aunque te reconozco que tras ver la serie de TV, no me entró ganas de leer sus novelas. Los de Rothfuss, sí los tengo, me gustan mucho. Los últimos que mencionas no los he leído, pero las Crónicas de la Dragonlance siempre me han llamado la atención. Hay una serie de novelas que me gustaría conseguir: La Fractura (o la Brecha) de Raymond E. Feist, sobre dos mundos que no podían verse el uno al otro, hasta que se produce una fisura, lo que provoca una guerra entre ambos, y bueno tampoco me quiero olvidar de Olvidado Rey Gudú de Ana María Matute.
Eliminarme he quedado con los ojos cuadrados al leer tu relato amigo, me gusta mucho como fusionas la ciencia ficción con algo de fantasía con algo de ciencia con algo místico ... ¡fabuloso! yo no puedo comparar tus relatos con Asimov o Pratchett, no porque no sean igual de buenos, si no porque tienes un estilo muy propio, fresco ... hasta juguetón podría decir :D me gusta ese mundo en grises en el que pones a zendra para luego darnos este otro mundo lleno de color ... me quito el sombrero amigo-estrella, ¡muy buen relato! xoxo eliz
ResponderEliminarMuchas gracias, amiga, estupendo análisis del relato me dejas, son mis géneros favpritos, la ciencia ficción y la fantasía o épica, aunque como bien apuntas, todo bien mezclado y sale mi personal estilo como resultado! :D Me imaginé un mundo falto de color, frío y distante. Zendra ha olvidado quién era o cuál era su procedencia... Sin embargo, las señales que la rodean le dan una pista acerca de lo que debe hacer... Finalmente despierta de aquel sueño, que parece ser que no fue tal, siendo la prueba de ello el libro que conserva,
Eliminarun abrazo! :)
Me encantó. Es un relato lleno de magia y fantasía, muy rico en detalles que me trasladaron a ese mundo tétrico de Zendra, sin problemas. Además nos trae la realidad inevitablemente, evocando a los sueños y al inconsciente de las personas. Muy bueno.
ResponderEliminarHola, Jimena, muchas gracias por tus palabras, el viaje de Zendra parte de un mundo de sombras que paulatinamente la conducen hacia el diáfano despertar. ¿Dónde estamos cuando soñamos?
EliminarUn abrazo,
Juan :)
¡Muy interesante relato! creo que en cierta medida todos somos como Zendra ... al menos me siento así.. espero que algún día encuentre como ella el camino a casa ... excelente narrativa!!! tienes un estilo único, te felicito xoxo Abril
ResponderEliminarMuchas gracias, Abril, puede que sea como dices, que muchos no puedan ver los rayos de luz que alumbran todo un mundo de colores, vagando perdidos en las sombras,
Eliminarun abrazo! :)
Uff que bonito nene, me ha envuelto y no podia dejar de leer, los detalles tan simetricamente eplicados, es como si zendra fuera yo, me vi reflejada en ese espejo.¡¡BRAVO!!
ResponderEliminarMuchas gracias también, Isaboa, me encanta saber que te has sentido identificada con este personaje, es como si así, Zendra cobrase vida: Zendra sólo contaba con un espejo reflectante de mundos, pero sólo su corazón la guiaría al mundo al que pertenecía...
EliminarUn abrazo! :)
Vaya!!! Me gustó tu relato, la verdad es que la fantasía no siempre es fácil y tú has hecho que así lo parezca, pero recrear escenarios donde la imaginación se la juega a todo o nada suele ser complicado. Atrapas desde el principio hasta que llegamos al desenlace final.
ResponderEliminarSaludos!!!
Tengo también guardada otras 2 historias, una de ciencia ficción y otra de fantasía, ambas por capítulos, aún sin terminar, jeje! :D Con respecto a este relato, visualicé todo este mundo en mi mente con sus jardines inertes y esa gran casa repleta de habitaciones a modo de laberinto, y, por supuesto, el perfil de aquella misteriosa chica de mirada inquietante y sabia,
Eliminarmuchas gracias y un abrazo, FG! :)
Disfrute mucho al leer este relato. Ademas la protagonista lleva mi nombre...que bonito :)
ResponderEliminarUn saludo.
Qué bien que lo hayas disfrutado, Sandra! Estábamos en Halloween cuando lo escribí, imaginando un mundo donde el color no existía, ni tampoco los límites físicos,
Eliminarun saludo,
Juan :)
Muy bonita historia juan. Me gusto este relato que lleva un mensaje escondido. Tu modo de redactar y las palabras usadas son perfectas. Es como un pase entre la vida y la muerte. Lo conocido y lo desconocido. Sigue escribiendo. Tienes talento :)
ResponderEliminarQue bonito!!
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