lunes, 24 de marzo de 2014

Escindidos (relato)



Julia llevaba una semana de perros, su cara estaba demacrada y apenas podía reconocer su semblante en el espejo. Sus amigas Margot y Adriana le habían insistido mucho en que pasara la primera semana de Junio en Italia, pero no se esperaba ni por el asomo el calor bochornoso que hacía del asfalto una parrilla.

Pero lo peor había sido aquel recorrido en moto por los suburbios de Roma. No, no les bastaba con haberla hecho tragar piedras y más piedras, y, si bien el Vaticano la había llegado a entusiasmar con su Columnata y sus fuentes de agua congelada, gracias al antiguo sistema de cañerías romanas que las protegía de las inclemencias del astro rey, la accidentada travesía por el empedrado de sus callejuelas le había descolocado sus esquemas mentales.

Pero retrocedamos unos días...

Julia recibió un mensaje de voz en su móvil en el que Margot, su mejor amiga de la infancia y de ascendencia francesa, le comentaba lo que sigue.

Julia, no te lo vas a creer. Adivina, estamos alojadas en un hotel en el Trastévere y Adriana no deja de preguntar por ti, bueno, no, no es ella, es su primo, pero estamos deseando verte. Y no nos vengas con la excusa del divorcio, te conviene divertirte un poco. Sólo tienes que imprimir la reserva, está todo en el e-mail que te acabo de mandar. Arrivederci.

Y Julia finalmente no pudo resistirse a tan tentadora invitación, sobre todo, cuando en su horizonte no había más que cajas y más cajas preparadas para la mudanza. Y pensó, “¿por qué no? Siempre he acatado las normas y no he hecho otra cosa más que lo que se esperaba de una publicista resignada”. Así que cogió una mochila en la que introdujo un par de vaqueros agujereados por las rodillas y varias camisetas ajustadas que le daban un aspecto fresco y desenfadado.

Una vez en Roma, un autobús la reunió con sus amigos. Sólo portaba la mochila, no quería traer nada innecesario que la agotara. Y apenas puso un pie sobre la acera, oyó los gritos de Margot.

—Julia, te ves impresionante, los kilos de menos te sientan de maravilla —dijo con efusividad.

—Ya ves, Margot, el secreto está en tener un poco de tiempo para una misma, aparte de un par de disgustos —sonrió ácidamente.

—Adriana está deseando presentarte a su primo Vincenzo. Desde que se enteró de que tenía una amiga americana, no deja de acribillarla a preguntas sobre ti, tu aspecto, tu edad, etcétera, etcétera.

— ¿Un primo? No recordaba que tuviera un... No será... Ya lo tengo, el chico regordete que aparecía en las fotos del Campus, cuando éramos adolescentes.

—Pues a decir verdad, no tengo la más remota idea —le replicó su amiga mientras le decía que no a una vendedora ambulante que insistía en colocarle una rosa en el pelo— Pero eso no es lo importante. ¡Vincenzo tiene un barco en el puerto de Civitavecchia, a unos ochenta kilómetros de la ciudad y ha accedido llevarnos a su estudio en Capri!

Déjame tomar antes un baño, traigo los pies destrozados, y la camiseta empapada en sudor —contestó Julia estresada, mientras se secaba la frente y se recogía su larga melena ondulada en una cola por detrás de la nuca—. Al menos he traído mi mejor cámara. A fin de cuentas este no va a ser un viaje tan aburrido.

—No te preocupes por eso. Adriana y su primo han quedado con nosotras tras el almuerzo en las inmediaciones del hotel, y aún tenemos toda la mañana para relajarnos, tomar un helado o echar monedas en la Fontana. ¿Tienes algún deseo, pillina? —apostilló en tono de burla. Y es que el hecho de que Margot acabara de cumplir los treinta no había mermado su capacidad para meterse en líos y cometer locuras.

Tras haber comido una pizza napolitana que poco difería a su juicio de una congelada, se instaló en su habitación. El aire acondicionado no conseguía enfriar la habitación con sus escasas frigorías, lo que aceleró la tan ansiada ducha. Se libró de sus ropas en un santiamén y se colocó en el plato, sintiendo como el gélido líquido le acariciaba todos los recovecos de su cuerpo. Entretanto arreglaba sus azabaches cabellos frente al espejo que le devolvía la mirada cristalina de unos ojos color de mar, fantaseaba con cómo sería ese primo. De seguro, estaría aún más gordo o estaría empeñado en enseñarle Capri palmo a palmo hasta dejarla exhausta, o ambas cosas.

“Bien, bajemos a la Tierra”, se dijo. Adriana y Margot charlaban animadamente, hasta que el ruidoso motor de una moto que escupía humo las interrumpió. Y allí estaba él. Con una cazadora de cuero negra, y unas gafas de sol que dejó entrever unos ojos parduscos que se clavaron en su rostro. No con sorpresa, sino más bien con la mirada apasionada y dulce de una persona que te conoce (y te quiere) de antes. Mucho distaba su físico de la imagen que se había fijado en su memoria. Se trataba de un hombre de complexión ancha, pero delgado y de mediana estatura.

Julia, impactada, no logró pronunciar palabra alguna, mientras sus mejillas parecían sonrojarse por momentos, quizás por el juicio erróneo que se había creado del muchacho a priori.

—Ciao, bella ragazza —dijo él tomando la iniciativa—. También hablo inglés, así que no tendremos problemas para charlar largo y tendido —su voz grave sonaba segura y jovial.

—Encantada de conocerle, Señor Vincenzo. Le agradezco su invitación, pero creo que se está haciendo tarde. ¿No deberíamos dejar lo de Capri para otro día? Es que verá, no sé si seré una molestia para usted —parecía insegura y azorada.

Obtuvo por respuesta el silencio. En cambio percibió como sus manos la sostenían por la cintura y la aproximaban lentamente a pocos centímetros de sus labios, fue un instante fugaz en el que pudo sentir su cálido aliento. Pero fue él el que retrocedió como si temiera revelarle un secreto inconfesable del que al tiempo estaba deseando librarse.
 
—Será hoy o nunca. Súbete a mi moto y agárrate fuerte. Ah, no te preocupes por estas dos —refiriéndose al par de amigas que se habían quedados petrificadas e incluso pintadas en el asfalto al contemplar la escena.

Tomó el asiento trasero de manera inconsciente y en apenas un relámpago la moto arrancó. Un cosquilleo de adrenalina recorrió todo su cuerpo desde la punta de sus zapatos hasta el último de sus cabellos. Pero fue una sensación diferente, algo que nunca había experimentado con anterioridad. La palabra para describirla era libertad, sí. La velocidad se iba apoderando de su cuerpo, y el viento jugaba con su melena acariciándola con un silbido vertiginoso. Ella se agarró fuertemente al joven y dejó caer sus manos en el costado. Fue como si sólo existieran él y ella, y el paisaje fuera organizándose a su paso, sólo para ellos. Dejando tras de sí puestos de fruta o terrazas de verano, mientras ascendían por angostas callejuelas por el barrio del Trastévere.

Una vez en el puerto, el entorno mutó en un lugar bullicioso donde turistas tomaban fotos aquí y allá de los grandes transatlánticos o del sol coronando la tarde con una luz cegadora. El barco de Vincenzo no tendría más de diez metros de eslora. En realidad se trataba de una lancha con una pequeña cabina en el centro para guarecerse de los rayos solares.

—He de reconocer que ha sido algo salvaje. Hacía tiempo que nadie sacaba mi lado más oculto —dijo Julia excitada—. Pero dime, ésta es una lancha para dos, y sin contar a tu prima y mi amiga, a las que hemos dejado tiradas a las puertas del hotel hará más de media hora. Estoy empezando a pensar que tenías todo planeado, pero lo extraño es que ni siquiera nos conocemos de nada. ¿Por qué este inusitado interés en mí? Porque soy americana, pues ni siquiera soy rubia como puedes comprobar. No, ya sé... Humm, no será una treta de Margot. Me la puedo imaginar diciéndote: “Hazle el favor a mi pobre amiga, ha roto con su marido y no quiere relacionarse con nadie desde un tiempo a esta parte” —se jactó con aire de suficiencia.

—Para nada es lo que tu mente malpensada está pergeñando —dijo algo enfadado por primera vez desde que se habían visto—. Óyeme bien. Como ciertamente has dicho, no nos conocíamos, pero tengo motivos para hacer lo que hago... O creo tenerlos —dudó—. Margot no me ha contado nada de ti. Simplemente no pude evitar escuchar una conversación en la que te mencionaban. Tu nombre se enquistó en mi sien como un sordo recuerdo de... Ni siquiera puedo describírtelo, tendrás que acompañarme. Los dos solos, si te fías de mí, claro —añadió con soltura.

Capri
Ella no supo qué contestar y decidió embarcarse en lo que probablemente se trataba algo que el destino le había dispuesto. En cualquier caso, estaba deseosa por conocer Capri. Todos sus conocidos le habían hablado maravillas de la isla, sus acantilados que parecían obra de los dioses o la Gruta Azul, una impresionante cueva marina.

Tardaron prácticamente toda la tarde y parte de la noche en distinguir las luces portuarias de Capri, sus recortadas costas y sus casitas blancas en el fondo, en la zona más elevada.
 
La condujo por una senda de arena definida por unos matojos que abundaban a ambos lados.
 
—Éste es el lugar que escogí para trabajar. Desconozco si Adriana te comentó a qué me dedico —explicó el joven.

—En realidad fue Margot. Ya sabes, comienza a hablar y hablar y no hay quien la detenga. ¿Eres fotógrafo, no?

—Más bien pintor. Por eso escogí esta casa cerca del mirador de la Piazzetta, donde se pueden obtener las mejores vistas. Los atardeceres se reflejan en el mar, y el horizonte semeja procurarle un abrazo inmortal. Pero desde hace unos días no pude evitar pintar algo más, flotando sobre la línea del mar. El dibujo en principio borroso fue adquiriendo cada día más cuerpo. Pero entra, no te quedes en la puerta.

Julia se quedó extasiada ante los amaneceres de porcelana y los ocasos de aguas anaranjadas labradas por los reflejos de un leve resplandor. Pero en el centro de la improvisada exposición había un lienzo que desentonaba. Le era familiar. Un rostro enmarcado por una melena mecida por la brisa y subyugado por la felicidad y el vértigo de la perplejidad. Como un acto reflejo, extrajo de su bolso un espejo de mano y se miró. “¡Dios mío, es la cara que tengo justamente ahora, congelada en ese retrato como una visión fantasmal por encima del oleaje!”

— ¡Explícame qué está pasando! Me has estado espiando ¿Cómo puedes saberte al dedillo mi cara si no me habías visto ni en fotos? ¿Acaso guardas recortes de periódico, fotos sacadas de Internet? —vociferó.

—Eso quiero hacer, si me lo permites —continuó Vincenzo apenado—. Fue el día que escuché tu nombre. Se me formó un nudo en la garganta mientras cientos, no, miles de imágenes de nosotros, de ti, de mí, montando en moto, navegando en una lancha a motor, riéndonos, mirándonos delante de mi estudio... Besándonos y... Amándonos, paseando con nuestro... —se detuvo.

—Nuestro hijo —completó ella, y una sensación de vacío la embargó en ese instante—. Bésame y no digas nada más, abrázame muy fuerte.

Vincenzo la estrechó entre sus brazos, la besó con suma dulzura y denuedo a la par. La sostuvo en el aire y la arrojó sobre el colchón. Fue el principio de un amor que estaba escrito en las estrellas, de la gestación de ese niño que ya conocía Vincenzo de sus noches de sueños, y de... Mucho más atisbó, pues recordaba con claridad toda una existencia juntos, una proyección en su cabeza de la que eran los protagonistas. Feliz, se entregó esa noche a su amada, sin poder evitar preguntarse si ya habían estado allí antes o si había vislumbrado una porción del futuro que como un álbum de vinilo va repitiendo las pistas aleatoriamente.

—Pero... —interrumpió él—. Shhh, no estropees este momento. Tenemos toda la vida para descubrirlo —sentenció ella entregándose a sus brazos bajo la efímera luz de la Luna.

En un principio, cuando las materias primas fueron elaboradas y las almas se concentraban en un único punto de luz microscópico pero más pesado y brillante que todo nuestro Universo, hubo almas que se resistieron a ser separadas de otras con las que conformaban un todo esférico y perfecto. Aún muchas se están buscando...

A la mañana siguiente dos cosas sucederían.

Julia estaba demacrada y apenas podía reconocer su semblante en el espejo. Con impresión de déjà vu, se dijo, “¡oh, demonios, qué puede importar, una noche ajetreada pero bien aprovechada!

En el Trastévere dos soñolientos barrenderos acompañados por un carabinieri no se habían visto en otra para despegar del asfalto a dos turistas que se habían quedado petrificadas, Margot y Adriana, mientras una vendedora les colocaba rosas en el cabello con más o menos acierto y que luego se encargaría de cobrar.

Fin

Juan M Lozano Gago © Todos los derechos reservados
 

14 comentarios:

  1. romántco relato Juan, me llevó a pensar en esas escenas que veía de nena en las pelis que daban por la tele y que mostraban paisajes preciosos , idílicos , y sus personajes eran el mundo todo , todo ellos era lo que importaba

    besitos y feliz semana
    :D

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    1. Jejeje, también he visto películas de ese tipo en las que los paisajes son sólo escusas de sus personajes que están deseando cambiar de aire :D

      Besos y que pases una buena semana

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  2. Bonito relato que se lee de una manera muy ágil y nos lleva a lugares enternecedores y llenos de romanticismo.
    Un abrazo y feliz semana.

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  3. Un bonito relato donde, si cierras los ojos, se pueden imaginar los bellos paisajes que describes, donde todo puede ser posible.
    Cariños…

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  4. ¡Un gran relato lleno de hermosos pasajes! :)
    Muchas felicidades de nuevo amigo

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  5. Muchas gracias, Hammer, Oriana y Rafael, hace un par de veranos estuve precisamente haciendo un viaje por Italia, y apunto estuve de ir a parar a Capri, jeje, aunque lo más cerca que estuve fue en Florencia, me alegro de que hayáis visto algunas de estas estampas a través de este relato! :D

    Un abrazo y feliz semana, Juan : )

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  6. me gusta me gusta! muy romántico y misterioso, así hay oportunidades no? a veces uno tiene que robarle a la vida lo que se deje robar y ya grandioso relato!!! xoxo Eliz

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    1. Muchas gracias, Eliz, eso, jeje, de la vida hay que tomar todo lo que se pueda y todo dentro de ese guión orquestado que sigue sus ciclos, un abrazo, Juan

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  7. Definitivamente pintas escenarios con tus letras amigo, eres un artista! y el relato en si creo que es algo que a todo mundo le gustaría experimentar al menos una vez no? love and rockets Abril

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    1. Hola, Abril, así es, a todos nos gustaría vivir una aventura mágica como esta y encontrar esa otra parte de nosotros mismos, muchas gracias y un abrazo!

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  8. Un relato de lo más romántico, me has dibujado una sonrisa al imaginarme a la prima y a la amiga plantadas en la acera.... jajajajajjaa

    Besos!

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    1. No podían acabar de otra forma, jejeje, pero al final acabarán llegando a Capri,

      besos

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  9. El final de las dos amigas no me lo esperaba
    Por cierto soy Pérfida
    Un saludo coleguita

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    1. Hola, Pérfida, creo que le dio un poco de humor a la historia, jeje,

      un saludo : )

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